Especialistas insisten en que poner bocas de expendio de carne porcina es una alternativa para aumentar la rentabilidad, eliminar intermediarios y manejar el propio mercado. Alberto Delorenzi, de Ceres Carnes comparte su exitosa experiencia con locales comerciales en dos localidades bonaerenses.
Es por todos conocida la disparidad existente en las cadenas productivas argentinas entre la ganancia del sector primario y del sector comercial. Repetidas veces, desde la producción primaria agropecuaria se denuncia la escasa participación de los productores en el precio en góndola de los productos, sea leche, miel o carnes. En la actualidad, el precio que se paga al productor por un kilo de capón en pie ronda los $45, mientras en góndola, un kilo de pechito con manta está alrededor de los $150 o más, dependiendo de la región donde se comercialice.
Cuando se analiza la cadena de valor porcina como un todo, la desventaja se vuelve más clara: el productor aporta el 65% de la inversión y se queda solamente con el 20% de la renta; mientras que el tercer eslabón, -un supermercado, por ejemplo- aporta solo el 10% de la inversión y se queda con el 40% de la renta. De esos datos nace la recomendación a los productores por parte de los especialistas: “Hay que cerrar el ciclo productivo con una boca de expendio”.
Alberto Delorenzi es veterinario y productor de cerdos, oriundo de San Antonio de Areco. Es uno de los propietarios de la firma Genética Ceres, que comercializa reproductores de razas muy valoradas por la calidad de su carne, entre ellas, la Duroc. Hace tres años vio el negocio. Lo materializó en una carnicería en su pueblo natal y desde agosto del año pasado poseen una segunda boca de expendio en Baradero, a 59 kilómetros de Areco.
En Ceres Carnes distinguen su producto por la calidad premium, un atributo que los consumidores valoran. Actualmente comercializan sesenta reses por semana. “Estamos trabajando bien. A la gente le gusta, porque nos conocen, saben de dónde vienen los animales, saben que consumen todo fresco, guardamos mucho cuidado con la limpieza, con la vestimenta de los chicos que trabajan ahí… Estamos contentos”, resumió.
La ventaja de diversificar
“Todo lo que no usamos en la genética lo usamos en la carnicería, entonces nos cierra el negocio”, explicó Delorenzi. Además, otro beneficio que remarcó es que “Financieramente está bueno, porque a diferencia de la genética, las ventas son en efectivo”.
Por otro lado, tanto la genética como la carnicería, son dos patas de un mismo negocio. Cuando uno ve reducidas sus ganancias, el otro lo salva: “Cuando, por ejemplo, sube el precio de la carne de cerdo y se acerca más al de vaca, las carnicerías trabajan un poco menos. Ahí trabajamos más con la genética. Es así”, explicó.
Dónde está el límite
Los dos locales comerciales que posee Ceres se ubicaron en localidades en las que no había otras carnicerías exclusivas de cerdo. Los mercados son limitados y, por lo tanto, la sobreoferta es el primer techo. En localidades donde hay suficiente oferta de carne de cerdo, la alta competencia disminuye la viabilidad del negocio. Sin embargo, hay muchas regiones del país en donde aún no existen. Un buen análisis del mercado será definitorio para avanzar con cualquier proyecto de estas características.
El segundo límite, aunque menos evidente, es que se trata de un negocio completamente diferente al que los productores del sector primario conocen y en el que se mueven más cómodamente. Como aclaró Delorenzi, “No es para cualquiera. Tenés que tener un perfil que es nada que ver al que tenés como productor. Hay que estar muy atento, todos los días. A veces te parece que tenés que estar en dos lugares al mismo tiempo. Es difícil, pero está bueno”, remató.
Donde las condiciones están dadas, avanzar en la cadena de valor porcina puede ser una importante herramienta para la sostenibilidad de una granja, que además permite aumentar la rentabilidad y manejar el propio mercado, eliminando intermediarios. Del campo a la mesa, directa y literalmente.