En una nueva columna, Horacio Baldovino relata cómo los gobiernos de todos los tiempos han caído -y siguen cayendo- en el error de intervenir precios y exportaciones para garantizar disponibilidad y accesibilidad de los productos en el mercado interno
La ilusión de querer controlar los precios de algunos productos a través de maniobras tales como la fijación de precios máximos, o la prohibición de la exportación de algunos de ellos no es nuevo en este mundo. Se puede decir que es algo viejo, muy viejo. De hecho, es una idea que se les viene ocurriendo a algunos gobernantes desde antes de Cristo. Y sí, la idea nunca dio resultado, jamás.
Controlar los precios es una tentación en la que vienen cayendo los gobiernos desde los inicios de la humanidad. Los primeros registros datan desde 4000 años antes de Cristo, en el código de Hammurabi en Babilonia. Pero el más conocido y documentado fue redactado en el 301 d.C. por el emperador Diocleciano quien, en un momento de alto gasto público, emisión de moneda sin control (ni siquiera son originales estas cosas hoy en día) y alta inflación; decidió tomar medidas drásticas. Puso precios máximos a muchos productos y prohibió la exportación de otros tantos para contener el aumento de los precios con la sempiterna ilusión de “esta vez va a funcionar” -que se mantiene hasta hoy-.
Desde el código de Hammurabi en Babilonia, el edicto de Diocleciano en Roma, o los controles del precio del pan luego de la revolución francesa hasta nuestros días, todas esas medidas no han podido evitar nunca ni la inflación, ni el desabastecimiento, ni el mercado negro. Cabe aclarar que tanto en la Roma de Diocleciano como en la Francia de la Revolución se aplicaba rigurosamente la pena de muerte al que quebraba estas normas. Ni así lo lograron.
La inflación no es algo que le pasa a los precios de los productos, es algo que le pasa al dinero.
La inflación es, en realidad, la disminución del valor del dinero (que tiene las características y las propiedades de cualquier otro bien) por su propia sobreoferta. Si se coteja el valor de los productos que aumentan en una moneda (ej. peso argentino) con su precio en moneda dura (dólar o euro) a lo largo de un periodo de tiempo, podemos ver que aumentan su precio en la moneda del país en que hay inflación y se mantienen más o menos constantes en la moneda dura.
No se debe confundir con productos o commodities que pueden aumentar en moneda dura y en relación a otros productos. En este caso no se trata de inflación, sino del aumento del precio real por baja en la oferta, aumento de la demanda o por alguna razón que haga pensar que va a haber menos disponibilidad en el futuro, por lo que aparecen inversores o especuladores que lo demandan más.
En la Argentina del 2021, ante el aumento de los precios de la carne vacuna al mostrador, el gobierno decidió suspender su exportación para mantener bajo el valor del asado para los argentinos.
No olvidemos que el precio de la carne de cerdo al público va copiando la tendencia de la de novillo y, ante un estancamiento del precio de esta última, es muy probable que redunde seguramente en un amesetamiento del precio del cerdo.
Como ocurrió en la historia reciente de la Argentina de este siglo, en el siglo pasado, en el anterior y desde hace cuatro mil años en el resto del mundo, estas medidas restrictivas nunca logran su cometido. Puede haber un pequeño efecto a cortísimo plazo, no más que eso.
Hoy nuevamente se vuelve a destruir la imagen de Argentina ante los clientes internacionales y nuestros competidores ni siquiera nos agradecen por el regalo: un “obrigado” de nuestros hermanos brasileros no vendría mal.
Esta receta que fracasó siempre, sin excepciones, provocará una disminución de la oferta y se aumentarán los precios internos como única consecuencia lógica.
“En 2006, bajo la gestión en el ministerio de Economía de Felisa Miceli, se decidió una suspensión de las exportaciones por 180 días que luego sería extendida por mucho más tiempo. La medida no sólo nunca logró acrecentar la oferta para el consumo local ni bajar sus precios, sino que además redujo la producción ganadera, impactando en forma negativa sobre el empleo y las exportaciones del sector.” (Bichos de Campo), esto llevó a que cierren más de 100 plantas faenadoras, que se despidan miles de operarios y que se reduzca el stock ganadero en alrededor de diez millones de cabezas.
Al alegar que los argentinos pagamos la carne más cara que en Europa, se incurre en una de las tantas falacias que, a veces, parece que se usara como excusa para tomar estas viejas (y siempre inefectivas medidas). Al partir de una premisa falsa se van a tomar acciones sobre cuestiones que no tocan ni de cerca al problema de fondo.
Si observamos los componentes de los precios de los alimentos, vemos que a medida que se avanza en la cadena de comercialización, se van sumando capas de impuestos que, al llegar al consumidor final, toman un peso impresionante. Eso de echarle la culpa al maíz por el precio de la carne y al trigo por el precio del pan es malintencionado y, en el mejor de los casos, falaz.
El maíz representa alrededor del 11% del precio final de la carne y el trigo explica sólo el 13% del precio que la gente paga por el pan. Por eso, si aumentan las tasas de derecho de exportación (retenciones) poco va a bajar el precio de esos alimentos, pero sí se seguirá empobreciendo a los productores. Nada nuevo.
También hay algunas cosas para aclarar acerca de los efectos de las exportaciones de carne vacuna sobre los precios al consumidor final, sin descartar que exportar (lo que sea) trae beneficios a la economía de cualquier nación. Los cortes que se exportan no son los preferidos del consumidor nacional, los cortes parrilleros prácticamente no se exportan y ya ocurrió -y lo recuerdo- en la década del ´90 que los cortes parrilleros (la plancha, que es el vacío junto al costillar) se vendían en las cadenas de supermercados casi al mismo precio que el novillo en pie (vivo). Así se abrió el abanico de precios de los diferentes cortes, los que se exportaban estaban más caros en el mercado interno, pero los que quedaban residuales de la exportación estaban más baratos porque eran abundantes. Había mucha diferencia de precio entre el asado y el lomo, por ejemplo.
Como se ve, el gobierno se está preocupando, con justa razón, por los precios de los artículos de primera necesidad, que valen la mitad aquí que en el resto del mundo. Pero, por otro lado, los que producimos acá pagamos muchos insumos y bienes de capital casi el doble que el resto del mundo: vacunas, jeringas, equipos de climatización, repuestos varios, cosechadoras, tractores, equipos de alimentación y otras cosas; aquí valen por dos. Obviamente al Estado no le interesa nada intervenir para que bajen esos precios que impactan muy fuertemente en el costo de lo que producimos e influyen directamente en el ritmo de crecimiento e inversión en nuestro sector. Con sólo bajar los aranceles de importación, bajarían en forma importante estos costos. Con estos aranceles y un desfasaje del i.v.a. de 21% que se paga por insumos e inversiones en estructura y equipos, en contra de 10,5% de i.v.a. que tiene imputado el cerdo en pie, invertir y crecer se vuelve increíblemente difícil.
No es inútil repetir que la inflación es algo que le pasa al dinero, que pierde su valor por una serie de razones que tienden a repetirse cada vez que hay un episodio inflacionario. Teniendo por las costillas alguna instrucción básica en economía, que parece ausente en algunos funcionarios de primera línea, sabemos que no es con este tipo de medidas que se hacen más accesibles los precios de los alimentos.
Unos datos al pasar: son impuestos directos del precio del arroz un 42%, de los fideos un 42% también, de la carne al menos el 30%, las gaseosas tienen un 50%, la leche un 25% y el pan un 22%. No hace falta tener un máster en economía para entender que el mayor formador de precios es el Estado, no el productor.
Pero en el medio de este devenir de noticias tan poco gratas y que auguran un futuro cercano un poco más cuesta arriba, hay una novedad espectacular que está al tono de los anuncios a que nos tiene acostumbrado el gobierno de científicos y su ministro vegano: se van a poder exportar a China sin ningún tipo de restricciones ¡penes de toro! ¡Cómanse esa, chinacos!
Por: Horacio R. Baldovino. 20/06/2021