En verano y principios del otoño cuesta preñar a las cerdas. Por una cuestión de instinto natural, cuando las horas de luz disminuyen, las cerdas dejan de entrar en celo para no parir en invierno, estación en la que la disponibilidad de alimentos es menor. En la granja, el impacto se traduce en una baja en la cantidad de capones en los meses de noviembre y diciembre. La pérdida puede evitarse con pequeños cambios de manejo. El detalle, en esta entrevista exclusiva a Gustavo Orella.

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